Hoy me ha llegado una información que me ha llamado mucho la atención. Google Maps ha anunciado un nuevo sistema de señalización para las indicaciones que tienen que ver con la India. El problema era claro: en un país en el que la mayoría de las calles no están señalizadas, nadie conoce sus nombres y su distribución es tan caótica que es imposible orientarse, y los turistas (y los indios de otras ciudades) se veían obligados a coger taxis o autorikshaws para llegar a cualquier lugar.
Cuando estuve en la India hace unos meses, el problema se repetía cada día: tienes una dirección pero cuando preguntas por ella nadie sabe dónde está, ¿es que los indios no conocen sus propias ciudades? Claro que no, lo que ocurre es que se orientan de forma diferente, apelando a tiendas, negocios y edificios para indicar el trayecto. Por ejemplo: "llegas a la Post Office y doblas a la izquierda hasta el puesto de fruta y después doblas a la derecha en la calle del Leopold's Caffe".
Google Maps ha decidido adoptar estas indicaciones para que el viajero no tenga pérdida. Pero más allá de eso, la noticia me ha hecho reflexionar sobre cómo un aspecto a primera vista tan nimio como la señalización de una ciudad dice mucho sobre la forma de distribuir el espacio y de relacionarse con el mundo de sus habitantes. En una sociedad donde los negocios y edificios cambian a un ritmo vertiginoso como la nuestra, esta forma de orientación sería inviable. Estoy segura de que no todo el mundo sabría decir cómo se llama la tienda que hay dos esquinas más al sur de su calle... Nuestro sistema puede que sea más racional y eficaz, pero nos distancia de lo que realmente importa en una calle o una plaza: la vida que tiene lugar en ella.