“Uno de mis maestros una vez me dijo que dentro de la danza existen los que son grandes maestros; otros, son grandes bailarines, otros son maravillosos coreógrafos, pero sólo una pequeña minoría sabe hacer
bien estas tres cosas”. Las palabras del profesor de Munique Neith, directora del Festival de Danza Oriental de Barcelona, desenredan la madeja de tareas que se confunden, chocan, se entrecruzan y a veces se fusionan dentro del mundo de la danza. Entre ellas, se distingue una labor muy especial, tal vez la más creativa, siempre con valor en sí misma: la del coreógrafo.
“El coreógrafo es el creador. Normalmente lo es el bailarín que ya tiene una experiencia de la
vida y llega un momento en que siente la necesidad de crear, pero hay también gente que nace con dones y a una edad temprana ya quiere coreografiar”. Es la definión de otro maestro, Víctor Ullate. “Coreografiar es una experiencia maravillosa, estás flotando, tienes sensación de poder, puedes controlarlo todo”, afirma Ángel Rojas, de Rojas & Rodríguez.
Tal vez esa sensación de poder llevó a los hombres de Egipto y de la Grecia Antigua a realizar las primeras coreografías para honrar a los dioses. Unos bailes que ya mostraban uno de los principales rasgos del coreógrafo: ser testigo de su tiempo. En el Renacimiento, cuando surgieron los primeros coreógrafos profesionales, la danza quería plasmar la refinada vida de la corte, por lo que el recién nacido ballet clásico buscaba la perfección en cada paso. Esto cambió a finales de la Primera Guerra Mundial, cuando los coreógrafos, sintiéndose encarcelados en un mundo desgarrado, reivindicaron la libre expresión en la danza. Llegaron entonces la influencia de bailes africanos y caribeños, las nuevas técnicas de entrenamiento como la de Martha Graham, y más tarde, la centralidad del cuerpo de la danza contemporánea, la fusión, el compromiso, el teatro-danza de Pina Bausch... La reivindicación, en definitiva, de la expresión en libertad.

La travesía del demiurgo

“Al encontrar mis propios códigos no me ha quedado otro remedio que ser coreógrafo, tenía la necesidad de plasmar mis inquietudes y mi visión del mundo a través del baile”, explica Miguel Ángel Berna. Y es que coreografiar es un proceso íntimo, una expresión de sentimientos y cosmovisiones a través del propio cuerpo y del de los bailarines. Por eso, una de las dificultades que encuentran los coreógrafos es hacer realidad los movimientos que tienen en la cabeza, para lo que necesitan grandes dosis de compañerismo y comunicación. ¿Pero cómo empieza el proceso del coreógrafo en la creación del espectáculo? Cada profesional tiene su técnica, aunque todos coinciden en que parten de una historia personal, “una idea, una experiencia, algo que está pasando en la calle o un sentimiento”, explica Miguel Ángel Berna. A partir de aquí y con la ayuda de la música, los bailarines y todos los recursos disponibles, van surgiendo movimientos, latidos, ambientes... que darán forma a la coreografía. Laura Kumin, directora del Certamen Coreográfico de Madrid, nos cuenta que lo esencial de éstas es “un punto de partida claro, una utilización coherente de los medios (intérpretes, lenguaje coreográfico, música, iluminación, vestuario...), la seguridad para eliminar lo superfluo y una voz propia”. Sólo así se consigue “que el público pueda ver la música y escuchar la danza”, como dice Munique Neith.

Piedras en el camino

Pero por mucha voz propia que tengan los coreógrafos, su camino hacia los teatros está cargado de  obstáculos. “Falta de tiempo, de espacio y de medios para la creación son las principales dificultades con las que se encuentra -explica Laura Kumin-. Es díficil madurar como coreógrafo si no tienes la posibilidad de dedicarte a ello. Hoy día, sigue siendo un lujo realizar una creación sin tener que compaginarlo con otros trabajos”. Esta situación hace que muchos coreógrafos tengan que irse al extranjero para trabajar. Joaquín Cortés o Sara Baras son sólo dos ejemplos. “No es una cuestión de querer ser reconocido o no, sino más bien de poder trabajar”, afirma Asier Zabaleta, quien también “emigró” un tiempo a Ginebra. Otros, como
Carmen Werner, son más optimistas: “son intercambios que se han hecho siempre. También hay gente de fuera que viene a bailar aquí”. Eventos como el Certamen Coreográfico de Madrid son atajos donde los jóvenes creadores pueden dar salida a sus producciones, por lo que en ellos puede oírse el latido de la danza del siglo XXI y su nueva idiosincrasia. “En las 21 ediciones del certamen, vemos que las coreografías tienen una mayor amplitud de mira, los coreógrafos tienen más formación y hay más comunicación con otras disciplinas”, afirma Laura Kumin. Danza, teatro, audiovisuales, estilos clásicos y contemporáneos, cercanos y exóticos se fusionan en una nueva creatividad. Tanto es así, que algunos coreógrafos, como Carmen Werner, afirman que “estamos llegando a un punto en que las disciplinas se engloban en un solo concepto: el de artes contemporáneas”, sostiene.
“Una manera de transmitir” que empieza a bajar de su trono y a encontrar salidas en circuitos alternativos. “Poquito a poco se está abriendo un abanico de posibilidades en la danza. Ya no es la eterna bella, que sólo sirve para adornar, ahora es capaz de decir cosas y por ello ya no sólo la élite se acerca a ella”, afirma Asier Zabaleta. El coreógrafo acoge estas nuevas posibilidades e intenta aprovecharlas al máximo con creaciones que ya no hablan a una minoría, sino al todo el que quiera escuchar. Como dice Carmen Werner, “¿qué se puede hacer con el mar para que lo aprecie quien lo ve?, son cosas que no necesitan entendimiento, sólo hay que observarlas y dejar que se adentren en ti hasta crear tu propia historia interna”.
He aquí la esencia de la coreografía.

Reportaje publicado en 2009.
Fotos: Vanesa Sánchez, Rosa (Flickr), Arantxata (Flickr)